enamórate de tu mejor amig@

ADVERTENCIA: voy a usar los términos "amiga" y "ella" por comodidad al redactar, pero esto no es sobre relaciones, es sobre el deseo, entonces aplica para "amigo" y "el" depende que te guste comer, es lo mismo, entiéndelo como te sea más cómodo.


Creo que hay más amor —o al menos más deseo— en enamorarte de tu mejor amiga que en enamorarte de una pareja con la que compartes todo. Y no porque con ella vivas más cosas, o la conozcas mejor, sino porque, precisamente, con ella no puedes tener nada. Y ahí, en esa imposibilidad, el deseo se cocina lento, se espesa, se sofistica, se vuelve más tú que ella.

El deseo no busca satisfacción, sino mantenerse como deseo. Deseamos desear, no obtener lo deseado. O como diría Nietzsche: “estamos más enamorados del deseo que de lo deseado”.

Una relación romántica, cuando es correspondida, despliega un acceso total: a la intimidad, a las emociones, al cuerpo, a las historias, a los sueños, al pasado y al futuro. Todo está ahí, sin filtro. Y con el tiempo, lo que antes era misterio se convierte en costumbre. Lo que antes era enigma, ahora es rutina. La imaginación ya no tiene dónde esconderse, y sin imaginación, el deseo muere de inanición.

Pero cuando te enamoras de tu mejor amiga, algo cambia. Tú mismo te pones el límite. No coqueteas, no confiesas, no avanzas… porque sabes que no hay reciprocidad, o porque temes destruir una amistad que valoras. Y entonces, sin darte cuenta, creas un terreno perfecto para que el deseo se mantenga vivo: te prohíbes el acceso, y en esa prohibición se intensifica el deseo.

Deseamos lo que no tenemos. Pero más aún: deseamos lo que no podemos tener. El fetiche nace ahí, en esa zona de inaccesibilidad donde creemos que se esconde lo que nos completará. No hay deseo que no se banalice con la repetición, ni deseo que no se potencie con la prohibición.

Con tu pareja, puedes besarla. Puedes hacer el amor. Puedes repetir todos los gestos. Y un día, inevitablemente, descubres que el beso no era el milagro que esperabas, que tu deseo no estaba escondido detrás de su cuerpo ni de sus palabras. Y ese día, el deseo empieza a morir.

Pero con tu mejor amiga… no. Con ella el beso no llega. No porque no lo sueñes, sino porque no lo permites. Porque si lo haces, todo se rompe. Porque si lo haces, ya no hay vuelta atrás. Y entonces, el deseo se vuelve eterno. Vive solo porque no puede cumplirse.

Tal vez eso no sea amor. Tal vez solo sea deseo disfrazado de ternura. Pero ¿qué no es eso el amor también?

Amar es idealizar. Nadie ama a otro tal como es. Amamos versiones. Versiones que el otro ni conoce de sí. Versiones que nosotros nos contamos de ellos. Amamos nuestras propias ficciones sobre el otro. Y en el caso de tu mejor amiga, la ficción es perfecta porque nunca se pone a prueba. Nunca decepciona. Nunca se desgasta con lo real.

Y sí, claro que esto puede doler. Amar así es cargar con un deseo condenado a no cumplirse. Pero al menos ese deseo no muere. Al menos no tienes que enfrentarte al vacío que viene después de probar lo que soñaste y darte cuenta de que no era.

Tal vez por eso muchos mueren con el deseo intacto. Porque nunca se atrevieron a cumplirlo. Y morir deseando —creyendo que ahí estaba la respuesta— es menos doloroso que morir decepcionado.


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