¿Extrañas lo que viviste o no viviste lo que extrañas?

En una canción escuché la frase:

“fue todo lo que no hicimos antes de decirnos ‘adiós’”
«192 Manga», Trotsky Vengarán

Esa frase me puso a pensar:

Cuando se habla del final de una relación —aunque esto puede extenderse a otros ámbitos como el luto o el sentimiento de nostalgia—, el acto de extrañar no siempre está dirigido exclusivamente a los recuerdos reales. Me atrevería incluso a decir que, muchas veces, lo que más se extraña no son los momentos vividos, sino todo aquello que no sucedió. Es decir, los “recuerdos falsos” o imaginarios: las posibilidades que quedaron truncas.


Lo que fue vs lo que pudo haber sido

Analicemos la frase en sí: “fue todo lo que no hicimos”. Esta construcción supone necesariamente una distinción:

  • Por un lado, lo que sí se hizo —las experiencias reales.

  • Por otro, todo lo que no se hizo, lo que quedó pendiente.

Esta separación es importante porque aísla al recuerdo verdadero del recuerdo potencial.

Para ejemplificar, supongamos que la relación entre dos personas duró, digamos, tres días. En esos tres días realizaron las siguientes actividades:

  1. Fueron a una cafetería.

  2. Fueron al cine.

  3. Montaron en bicicleta por el parque.

Esas tres actividades constituyen recuerdos reales. Son experiencias concretas, tangibles, cerradas. En ese sentido, quedan, paradójicamente, excluidas del acto de extrañar. No es a eso a lo que se dirige la añoranza. Lo que se extraña —o al menos se extraña con más fuerza— son los momentos que no ocurrieron: vivir juntos, viajar, bailar, compartir una vida más larga o más profunda. Y esto pasa porque al no suceder, hay AUSENCIA de los recuerdos de la experiencia.


¿Qué es, en esencia, extrañar?

Y es ahí donde surge una pregunta interesante:

¿Qué es, en esencia, extrañar?
¿Es simplemente desear algo que sucedió y ya no está?
¿O también puede ser desear algo que nunca llegó a suceder, pero cuya posibilidad existía?

En esencia, ambas son formas de desear.
Por eso tengo la sensación de que el peso emocional de lo no vivido puede ser incluso mayor que el de lo vivido, precisamente porque lo no vivido no deja un recuerdo, sino un vacío.


El deseo nace de la ausencia

Extrañar, al final, no deja de ser esencialmente desear.
Y para eso me parece muy pertinente la definición del deseo que encontramos en El Banquete de Platón, cuando Sócrates cita a Diotima. Ella sostiene que el deseo nace de la ausencia:

Uno desea aquello que no tiene.
No sientes hambre cuando ya has comido.
No te sientes solo cuando estás acompañado.
No anhelas nada cuando lo tienes todo.

Por tanto, el deseo —y por extensión el acto de extrañar— se activa ante la carencia, ante la falta.


Entonces, ¿qué duele más?

Siguiendo esa lógica:
¿Qué genera más deseo? ¿Lo vivido o lo no vivido?

Con lo vivido tienes un recuerdo, una huella. Puede doler, sí, pero hay algo concreto a lo que aferrarse. En cambio, con lo no vivido no tienes recuerdos. Tienes solamente la certeza de que ya no sucederá, y esa ausencia absoluta deja un espacio que no se llena con nada.


Conclusión

Quizás por eso el luto amoroso, o el dolor tras una ruptura, no se origina tanto en lo que fue, sino en:

“todo lo que no hicimos antes de decirnos adiós”

Es un dolor que nace de las posibilidades truncadas,
de los planes que quedaron en el aire,
de los momentos que nunca llegaron a ser.

No duelen los recuerdos que tienes. Duelen los recuerdos que no tienes.


 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El rechazo es la mayor forma de amor

enamórate de tu mejor amig@